FRAGMENTO HISTÓRICO DE LA DEGRADACIÓN DEL ARTE
ARTE Y SUBVERSIÓN
por Cristián Rodrigo Iturralde
Indubitablemente, uno de los procesos subversivos más importantes que ha escapado al ojo corriente es este, el del campo del «arte». Me atrevería incluso a sentenciar que ha sido éste –aún lo es - tal vez el más decisivo de los pretores de la contracultura, su vehículo más incisivo y peligroso, por el motivo de que rara vez se es consciente de sus efectos en las personas y su pensamiento, condicionando su accionar. A partir del psicoanálisis y especialmente de los descubrimientos de Freud, se pudo establecer la existencia de un estado «inconsciente» en la constitución del aparato psíquico del ser humano que se sumaba al consciente y al preconsciente. Y este sistema inconsciente está constituido principalmente por contenidos reprimidos a los que se le ha impedido el acceso a la conciencia, justamente por obra del mecanismo de la represión. Cómo hemos ya dicho, partiendo de esta tesis, el marxismo se encuentra frente a una inestimable herramienta para condicionar al hombre: bajo una fachada de arte o cultura, había que generar solapados mensajes disruptivos y que una vez aprehendidos por el inconsciente rompiesen sus barreras represivas y pudieran ser transpolar a la esfera «consciente» del individuo.
Pero primero lo primero: ¿Qué es el arte y cuál es su objeto? Comencemos diciendo que desde el inicio de la civilización el arte fue considerado a la misma altura que la filosofía y la teología, entendido como medio y vía legítima de trascendencia. Aristóteles, por ejemplo, nos dice que: “En el arte tiene capacidad de conmover el espíritu y, en consecuencia, llevarlo a una catarsis que signifique una purificación espiritual de los sentimientos”. En completa simetría con la visión clásica, enseña Juan Pablo II que: “El arte invita a desarrollar la belleza de la existencia, viviendo plenamente sus exigencias morales, y a buscar incansablemente la verdad”. La definición más concreta al respecto la encontramos en un trabajo recientemente publicado por el artista chileno Ricardo Ramírez:
Visión
Arte es: “la vía de creación sabia (con ética y estética) de obras (de excelencia - areté) bellas, verdaderas y buenas, sin utilidad práctica (valiéndose del cuerpo y la materia, acciones, imágenes, sonidos, lenguaje), que persigue la Belleza (aquella que resplandece e ilumina el alma), y por medio de ella, comunica a los sentidos superiores (vista y oído), de forma clara y objetiva, aspectos esenciales de la realidad multidimensional (material y espiritual), con una finalidad axiológica, conectando al espectador con lo trascendental (develando la verdad)”[1]
Evidentemente, la belleza es –debe ser-- parte inescindible de la obra de arte. ¿Pero qué es la belleza? Enseñaban los antiguos que las cosas son bellas en la medida que son buenas y son buenas en tanto que persiguen su finalidad, y la finalidad es el bien de cada cosa. ¿Podemos conocer lo bello? ¿Cuáles serían sus atributos? Desde luego, lo bello es cognoscible como también lo feo. ¿Cuántas veces hemos quedado anonadados ante piezas artísticas sublimes o mismo estupefactos ante la repugnancia que nos generó determinada obra tenida como arte -por su carácter grotesco o absurdo-, teniendo la impresión que un niño de cinco años podría haberla hecho? Esto último –lo que hoy prevalece en el mundo artístico- sucede cuando esta disciplina se aleja de sus propósitos y normativas constitutivas. Por eso el arte, al igual que la filosofía y la teología, actúa como instrumento pedagógico y vehículo de acercamiento del ser humano hacia lo verdadero y lo trascendente, tendiendo o debiendo tener entre sus cualidades “la armonía, el orden, la proporción, la simetría, la perfección, equilibrio, ritmo, canon, sección aurea, etc., propias de una arquitectura invisible, capaz de agradar a la vista y al oído, y cautivar al espíritu. Toda belleza no es más que un fragmento de una gran belleza universal”, nos dice Ramírez. Su descripción es validada por el propio Platón, para quien la característica fundamental de la belleza es la luminosidad, y su función la de despertar el amor (y por ello, la belleza es lo bueno, el bien)- y por Aristóteles, que define a la belleza como «armonía”.
Con la irrupción de Emmanuel Kant (1724-1804) –particularmente a través de su Crítica del juicio- se comienza un proceso de desfiguración del arte y sus objetos, especialmente al afirmar que la belleza es solo subjetiva y que el ser humano no tendría la capacidad de acceder a la realidad. En suma, entonces, lo bello no dependería del valor objetivo de la obra (no obedece a juicios estéticos) sino de la percepción y sensibilidad del recipiente. Y a partir de concepciones como estas surgirán al siglo siguiente los principales movimientos rupturistas dentro de esta esfera; el llamado «arte de vanguardia», que romperá totalmente con la visión tradicional del mismo. Para Hicks, el arte modernista “es una declaración de contenido, una demanda de un reconocimiento de la verdad de que el mundo no es bello. El mundo está fracturado, es decadente, horrible, deprimente, vacío y, en última instancia, ininteligible”.Y esta lógica se inscribe nuevamente en Kant, quién niega que el hombre sea capaz de conocer objetivamente aquello que se encuentra fuera de su mente: todo juicio humano es relativo en la medida en que su idea de las cosas proviene de su propio pensamiento y no de una cosa que existe de modo independiente a la existencia humana. No existen universales ni verdades absolutas para ellos.
IMMANUEL KANT
Este movimiento artístico surgido y consolidado a comienzos del siglo XX abarcará todas las dimensiones culturales (pintura, literatura, escultura, música, etc.) y tendrá una serie de características particulares y distinguibles, que podrían resumirse en su espíritu abiertamente revolucionario. Desde aquí se reclama la ruptura total con el arte tradicional, a cuál consideran no solo obsoleto sino funcional al status quo, dominado aun por las estructuras tradicionales y la moral cristiana. Para ellos, el arte no debe ser neutral o descriptivo sino eminentemente ideológico, contestatario, político. Conforme a ello se le irá imprimiendo un carácter netamente provocador, exaltando en sus representaciones la violencia y la agresividad de los objetos, sus colores estridentes, los diseños geométricos, el enaltecimiento del inconsciente, de lo meramente racional, de la pasión y del individualismo, etc. Donde más claramente se manifiesta la intencionalidad destructora de aquel arte moderno es en la modificación de la estructura esencial de la obra de arte, afirmando por ejemplo que la forma debía coincidir con el contenido. De este modo, ese arte debería prescindir ahora del empleo de las tradicionales formas de perspectiva y color, puesto que aquello supone una realidad ordenada, integrada y, sobre todo, cognoscible.Y esta es la clave y objetivo central de aquel arte disolvente: eliminar toda conexión cognitiva hacia una realidad externa.
Ya no importa aquí lo verdadero, lo bello, lo deseable ni lo objetivo sino la novedad original que lleva dentro el artista. Lo novedoso, lo escandaloso, lo absurdo, es para ellos lo verdaderamente auténtico (ver sino el «urinario» de Marcel Duchamp, 1917). El arte ahora se califica y evalúa a partir del disgusto y el impacto conceptual que cause en el espectador. Consultemos por caso el acta fundacional del «dadaísmo»:
El sistema DD os hará libres, romped todo. Sois los amos de todo lo que rompáis. Las leyes, las morales, las estéticas se han hecho para que respetéis las cosas frágiles. Lo que es frágil está destinado a ser roto. Probad vuestra fuerza una sola vez: os desafío a que después no continuéis. Lo que no rompáis os romperá, será vuestro amo.
En el caso de la pintura, a comienzos del siglo pasado, el pintor Kandinsky rompió con los últimos contenidos sagrados que había en pintura, porque hasta entonces era lo trascendente lo que impregnaba el espíritu del arte. Detectando entonces a la religión como factor alienante en el arte, los revolucionarios comenzaron a ocuparse de todas sus manifestaciones. Así, el pintor Georges Mathieu afirmaba que: "Hay que desencadenar la liberación de toda la estética anterior. Un arte estético de la conciencia sustituirá a una conciencia estética del arte", y agregaba: "Estamos en los albores de un arte nuevo que desencadenará procesos indecibles, un arte nuevo que creará un hombre nuevo". En este sentido, Pablo Picasso fue sin dudas el mayor revolucionario en las artes plásticas, especialmente a través del «cubismo»; “un monstruo de la demolición”, llama Joaquín García de la Concha al pintor español.